El pasado sábado 23 de marzo por la tarde una cincuentena de peregrinos empapados de experiencia ignaciana llegaron a Manresa. La noche anterior se habían encontrado en Montserrat para revivir la vigilia en la que Iñigo López de Loyola fue transformado en el peregrino loco por Nuestro Señor Jesucristo.
Esta vez el monje que acogió el grupo fue el P. Joan Maria Mayol, rector del Santuario de Nuestra Señora, que tuvo las primeras palabras y presidió la Eucaristía a las 12 de la noche, con la que concluyó.
La vigilia tuvo un primer momento en que los participantes fueron invitados a considerar, en seis imágenes evangélicas, el paso de María de Nazaret a Nuestra Señora de Montserrat. Después de cada referencia bíblica, un fragmento de los Ejercicios iluminaba el eco ignaciano al que seguía un silencio donde cada uno se abría a la escucha de Dios.
Durante una segunda hora más contemplativa, los cantos meditativos y la lectura de un salmo, acompañaron un tiempo más abierto de quietud y reflexión. Y finalmente, la celebración de la Eucaristía, sentados en el coro de los monjes, con una liturgia de aires benedictinos parecida a la que Ignacio de Loyola vivió hace cerca de quinientos años.
Sobre las 2 de la madrugada el grupo se fue a descansar, bien conscientes que había que dar al cuerpo el reposo necesario para el día siguiente emprender el camino hacia Manresa.
Un camino que comenzó a las 9 de la mañana, en el atrio del Santuario, a los pies del San Ignacio que aún tenía en una mano la espada y en la otra el bordón de los peregrinos. Los participantes en la vigilia ya habían dejado sus "espadas" y estaban a punto de bajar a Manresa para empaparse de aquella historia que, de una manera u otra, les había transformado.
El grupo, muy diverso, con la más pequeña, Montse, de siete años, y el mayor, cerca de los setenta. Ocho horas de camino que permitieron disfrutar de la naturaleza, de la conversación, los ecos de la noche anterior... y compartir el agua y la comida, ayudarse en los tramos complicados, darse la mano para levantarse del suelo o conversar para romper la monotonía de algunos momentos.
Finalmente, la Cueva del Santo. De entrada, con la música que rodea el espacio del Santuario e invita a la espiritualidad. También con una buena merienda que se agradece después de la caminata. Y al instante, el momento esperado: entrar en la Cueva. Unas breves palabras sitúan el espacio y el momento. Los últimos cantos y la bendición permitirá retomar el camino de una manera nueva.
El resto, la vida: el lugar donde cada instante es ocasión para amar y servir a Dios de quien tanto hemos recibido y de quien tanto esperamos recibir.