La COP 30 (Conferencia de las Partes sobre el cambio climático) finalizó el pasado 21 de noviembre en Belém, Brasil. El encuentro convirtió esta ciudad amazónica en un espacio de negociación política, pero también de movilización social, con decenas de miles de personas entre delegaciones oficiales, expertos, organizaciones religiosas y movimientos sociales.
Estuvo presente una delegación de una treintena de personas vinculadas a la campaña Jesuitas por la Justicia Climática, impulsada por el Secretariado para la Justicia Social y Ecología y diversas redes ignacianas. No debe sorprender que la Compañía de Jesús dedique esta atención a la incidencia en este ámbito, dado que el cuidado de la casa común se encuentra entre sus Preferencias Apostólicas Universales.
El desarrollo de la COP 30 y los trabajos de esta delegación han sido seguidos también con atención desde Barcelona por el centro de estudios Cristianisme i Justícia, a través de varios artículos en el blog del centro. Guillermo Otano, miembro de la ONG jesuita Alboan que ha estado en Belém, explica que la presencia jesuita en la COP30 responde a una doble convicción: por un lado, que las COP son «el único foro multilateral en el que se abordan cuestiones relacionadas con los desafíos del cambio climático»; por otro, que estar allí es «una cuestión de justicia», porque en este espacio se hace visible la deuda histórica de los países ricos con aquellos que menos han contribuido a la crisis climática pero sufren más sus consecuencias.
Desde esta perspectiva, Otano describe cómo las conversaciones en las COP han oscilado entre los detalles técnicos de las políticas climáticas (mitigación, adaptación, gestión de riesgos, fondo de pérdidas y daños) y las grandes decisiones políticas que deben concretar el principio de las «responsabilidades comunes pero diferenciadas». La campaña Jesuitas por la Justicia Climática es, explica Otano, una articulación global de jesuitas, universidades, centros sociales, ONG como Alboan y movimientos educativos como Fe y Alegría, que han trabajado más de un año para llegar a este evento.
La delegación jesuita presentó un comunicado oficial a la presidencia de la COP y ofreció una rueda de prensa para hacer oír, en este espacio multilateral, una voz que une fe, justicia social y compromiso ecológico. El acento se ha puesto en la justicia climática como criterio central de la COP30. Las demandas que se formulan apuntan a un mecanismo de financiación para una transición energética justa; al refuerzo efectivo del fondo de pérdidas y daños, dotándolo de los recursos necesarios para responder a los impactos más graves del cambio climático; y a una reforma profunda de la arquitectura financiera internacional que incluya la cancelación de la deuda ligada a la crisis climática. Todo ello se expresa como una llamada moral que recuerda que la crisis ecológica es, al mismo tiempo, social y ética, y que exige respuestas estructurales y solidarias.
Son demandas compartidas con otras organizaciones de vida religiosa que dan cuerpo a una llamada que quiere «convertir la esperanza en acción» en el ámbito climático. Precisamente hace unos días la Unió de Religiosos de Catalunya se adherió al manifiesto «Vida religiosa por la justicia climática: convertir la esperanza en acción», una iniciativa internacional para fortalecer el compromiso de la vida religiosa con el cuidado de la casa común y la defensa de las personas más vulnerables ante la crisis ecológica y social.
Desde el grupo de Ética y Sostenibilidad de Cristianisme i Justícia también se ha seguido con interés este encuentro. M. Carme Llasat, que forma parte del grupo y es catedrática de Física de la Atmósfera de la Universitat de Barcelona, ha ofrecido una lectura en diversos artículos. En ellos recuerda por qué este espacio es importante para nosotros: «respondemos a la llamada hecha por el papa Francisco […] No podemos permanecer ciegos ante el grave deterioro ambiental y humano que sufre nuestro mundo». Llasat sitúa la COP en el largo recorrido del multilateralismo climático y muestra cómo sus objetivos tocan a la vez la mitigación, la adaptación, la protección de los ecosistemas, la seguridad alimentaria y los derechos humanos.
Desde su mirada, Llasat describe Belém como «una COP colorida y multitudinaria», con una presencia notable de jóvenes y pueblos indígenas, pero también como un evento «con sabor agridulce», donde conviven la presión por mantener un modelo insostenible y un clamor social que crece. Desde la reflexión académica y espiritual, nos invita a comprender la profundidad de esta crisis enraizada en la injusticia y a asumir, como ella misma subraya, que cada acción y cada elección importan en el cuidado de la casa común.